Ha empezado a dormir en su cama. Lo lleva bastante bien, se acuesta consciente y convencido de que va a dormir ahí, y cuando se despierta por la noche nos llama o aparece en nuestra habitación. Para no mal acostumbrarle lo redirigimos a su cama (lo cómodo sería dejarlo en la nuestra para evitar los paseos nocturnos, pero no) y nos sentamos un poquito a los pies esperando que se duerma nuevamente. Volvemos a nuestra cama. En el mejor de los casos, esto solo pasa un par de veces por noche.
Cuando aumenta la frecuencia (cada vez vamos uno, o depende de quien madrugue más al día siguiente), el cansancio se intensifica; otras veces le cuesta volverse a dormir. En esas largas noches, a duras penas podemos mantenernos sentados a su lado; primero subimos los pies, nos vamos dejando caer poco a poco y acabamos encajados como un Tetris en los huecos disponibles. Es entonces cuando pensamos...debí comprarte una cama más grande.